Un deseo para el Año Nuevo.
El presidente del Gobierno y el líder del principal partido de la oposición, Mariano Rajoy, mantuvieron una conversación telefónica a poco de aprobarse el “plan Ibarreche” en la cámara vasca. Días antes había tenido lugar la reunión del Pacto Antiterrorista.
En un momento en el que por todas partes se cuestiona la unidad de España, gestos de ésta naturaleza hacen albergar un poco de esperanza en aquellos que tenemos claro el concepto de nación. Claro que resultan insuficientes después de las idas y venidas de distintos líderes autonómicos y nacionales del partido socialista y de miembros del Gobierno.
Lo que un servidor no acaba de entender es lo que tienen en común PSOE y ERC o PSOE y PNV, aparte su animadversión casi patológica por el PP. Si además tenemos en cuenta el deprecio, del que sobran ejemplos y declaraciones, de los dos partidos nacionalistas, por las más básicas reglas democráticas, no se explica el afán del Gobierno por apoyarse en quien no esconde que viene a poner la casa patas arriba.
Los gestos pueden querer decir algo pero mientras no se traduzcan en posiciones claras y firmes podremos preguntarnos hasta dónde está dispuesto a humillarse Zapatero para asegurarse la gobernabilidad. Y si de asegurar la estabilidad de gobierno se trata, uno se pregunta si el actual ejecutivo no encontrará mayor similitud en sus planteamientos en el PP que en los demás partidos del arco parlamentario. Resulta evidente que un acercamiento así exige un cambio de actitud por parte del Gobierno basado en el abandono de posturas características de la izquierda más casposa impropias del siglo XXI y en la necesidad de comenzar a gobernar pensando en la mayoría de los ciudadanos.
Si el presidente Zapatero fuera capaz de pasar de los gestos a las obras, quizá la conversación con Rajoy pudiera derivar en un consenso mayor con el PP. Seguramente el desafío lanzado por el parlamento vasco así lo exija y, si se cumple éste deseo de año nuevo, quien sabe si no deberíamos estar agradecidos a Ibarreche.
Astérix.
En un momento en el que por todas partes se cuestiona la unidad de España, gestos de ésta naturaleza hacen albergar un poco de esperanza en aquellos que tenemos claro el concepto de nación. Claro que resultan insuficientes después de las idas y venidas de distintos líderes autonómicos y nacionales del partido socialista y de miembros del Gobierno.
Lo que un servidor no acaba de entender es lo que tienen en común PSOE y ERC o PSOE y PNV, aparte su animadversión casi patológica por el PP. Si además tenemos en cuenta el deprecio, del que sobran ejemplos y declaraciones, de los dos partidos nacionalistas, por las más básicas reglas democráticas, no se explica el afán del Gobierno por apoyarse en quien no esconde que viene a poner la casa patas arriba.
Los gestos pueden querer decir algo pero mientras no se traduzcan en posiciones claras y firmes podremos preguntarnos hasta dónde está dispuesto a humillarse Zapatero para asegurarse la gobernabilidad. Y si de asegurar la estabilidad de gobierno se trata, uno se pregunta si el actual ejecutivo no encontrará mayor similitud en sus planteamientos en el PP que en los demás partidos del arco parlamentario. Resulta evidente que un acercamiento así exige un cambio de actitud por parte del Gobierno basado en el abandono de posturas características de la izquierda más casposa impropias del siglo XXI y en la necesidad de comenzar a gobernar pensando en la mayoría de los ciudadanos.
Si el presidente Zapatero fuera capaz de pasar de los gestos a las obras, quizá la conversación con Rajoy pudiera derivar en un consenso mayor con el PP. Seguramente el desafío lanzado por el parlamento vasco así lo exija y, si se cumple éste deseo de año nuevo, quien sabe si no deberíamos estar agradecidos a Ibarreche.
Astérix.
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