Desmontando a Gabilondo
Hay muchos blogs mucho más interesantes que la mayoría de los periódicos:
Esto es lo que cuenta Fogonazos sobre el programa de Iñaki Gabilondo.
«Escuchar "Hoy por Hoy" es un trance místico. Un viernes cualquiera, el oyente puede toparse con una viva discusión sobre las tradiciones de Motilla del Palancar o disfrutar con las sutiles disquisiciones sobre el Peropalo de la Vera. Más tarde, si tiene suerte, asistirá a la retransmisión del canto, los inconfundibles gorjeos de la chochaperdiz, o el rito de apareamiento de la focha cornuda. Por no hablar de los veinte minutos ininterrumpidos de campanadas que emite el 24 de diciembre, con dos cojones.
Pero este aburrimiento silencioso al que nos somete desde hace casi veinte años, comienza bien temprano. Amanece el día, y don Iñaki reúne a sus contertulios como si se tratara del mismísimo Consejo de Ministros. Gracias a ellos descubrimos, por ejemplo, que las cosas no suceden "ex novo" ni los argumentos son válidos si se esgrimen "ad hominem". Cuánto sosiego, cuánta verdad, cuánta sabiduría - se dice a sí mismo el español en el atasco.
Si le dan a elegir, Gabilondo escogerá como tema principal de discusión el problema de las minorías iraníes o la evolución de los datos de producción de remolacha en los altos del Golán. Porque él es así, no como otros, y afronta la actualidad con altura de miras y vocación de editorialista del Internacional Herald Tribune.
Escuchándole, además, se diría que todo el mundo lee a Susan Sontag u hojea en el baño las páginas de Le Monde Diplomatique.
Más allá de posiciones ideológicas y empresariales, si la radio no es espectáculo, vibración y sacudida, no es nada. Y Gabilondo resulta tan vibrante como una sesión de tricotaje.
Iñaki hace estandarte de la serenidad, la austeridad, la ponderación... y termina despeñándose por la pendiente del tedio, hacia el abismo de lo políticamente correcto. Ni una mala palabra, ni un mal deseo, ni un triste desacorde... A veces nos invade la tristeza, a los oyentes, porque se ve que el hombre hace esfuerzos por transmitir entusiasmo, por hacernos copartícipes de las cosas que le van sorprendiendo por la vida. Y es entonces cuando tira del inefable Luis del Val, genio del símil ñoño y facilón, auténtico maestro de la literatura de cartón piedra. Entonces la cosa es mucho peor, porque se ponen los dos a entusiasmarse entre sí, el uno al otro, impúdicamente, como dos alborozados monaguillos. Que hasta emiten gruñiditos de placer...» (continúa)
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